A nuestro alrededor, cualquier circunstancia sirve para estresarnos: cosas cotidianas, acontecimientos familiares, vacaciones, la Navidad, una visita, conocer un lugar nuevo, cambiar de rutinas, etc. En resumen, la vida es estresante si no te sientes capaz de manejar estos cambios.
¿Qué es el estrés?
El estrés no es algo nuevo; ha existido siempre, aunque le dábamos nombres diferentes: agobio, angustia, nerviosismo, histeria… El estrés es una manera natural de reaccionar ante situaciones que reclaman toda nuestra atención. Es la respuesta física y emocional con la que respondemos para estar alerta y atentos, focalizando nuestra atención hacia lo que nos interesa.
Por ello, el estrés no tiene por qué ser negativo; es una respuesta natural del organismo que solo se vuelve perjudicial cuando nos sentimos impotentes e incapaces de manejar lo que nos ocurre. Si no somos capaces de gestionarlo, lo padeceremos incluso cuando no nos haga falta.
Para explicar este mecanismo natural y su complejidad en el ser humano, me gusta hacer referencia a un ejemplo recogido en el libro ¿Por qué las cebras no tienen úlcera? de Robert M. Sapolsky, neuroendocrinólogo: “Imaginaos a una cebra pastando tranquilamente junto al resto de la manada en la sabana africana. De repente, en una esquina, aparece una leona. ¿Qué hace la cebra? Lógicamente, huye de inmediato con todas sus fuerzas, y, si está sana y es adulta, es muy probable que logre escapar de su perseguidora. Durante esa carrera para salvarse, a la cebra le pasa lo mismo que a cualquiera de nosotros ante un peligro: sufre estrés agudo y una descarga de cortisol bloquea todas las funciones corporales innecesarias en ese instante. Ya no tiene hambre, no sentirá dolor, interrumpe la digestión para que toda la sangre vaya a los músculos para huir, le sube el azúcar y la adrenalina, los músculos se tensan, respira precipitadamente para que entre más oxígeno, las pupilas se dilatan y todos sus sentidos se centran en detectar los movimientos de la leona. Este proceso físico y emocional es agotador para el cuerpo y la mente, pero es imprescindible para la supervivencia”.
Este es el mecanismo con el que la naturaleza nos ha dotado a todos los seres vivos para poder atacar o huir ante el peligro. En esto, las cebras y los humanos reaccionamos igual: ante un peligro, saldríamos corriendo, y si no pudiéramos, nos enfrentaríamos con todas nuestras fuerzas. Ahora bien, lo que nos distingue es el antes y el después es la forma en que los humanos lo procesamos: la cebra, hasta que no presiente al depredador, está tranquilamente pastando, sin fantasear ni imaginar qué haría si viera una leona, y una vez que ha logrado salvar la vida y tras recuperar el aliento, volverá a pastar plácidamente junto a su manada hasta el próximo susto. ¡En eso somos diferentes! Los humanos no lo hacemos exactamente igual. Nuestras preocupaciones no desaparecen como la leona; siguen ahí, y a la larga, esto nos agota y desgasta en cuerpo y mente.
¿Por qué no somos capaces de aprender a relajarnos como las cebras?
Los humanos tenemos capacidad para imaginar, y la imaginación alimenta y exagera nuestros temores. La cebra, con poca capacidad de imaginar, olvida el peligro en cuanto desaparece, mientras que los humanos seguimos temiéndolo, aunque no esté frente a nosotros.
El cuerpo tiene recursos limitados, y si lo sobrecargamos con preocupaciones y esfuerzos mentales y físicos, lo agotaremos y posiblemente padeceremos enfermedades relacionadas con el estrés, como ansiedad, irritabilidad, dolores de cabeza, insomnio, sudores, palpitaciones, tensión muscular, problemas cardiacos… todo esto debido al debilitamiento del sistema inmunológico por un exceso de cortisol secretado en situaciones de estrés.
¿Podemos evitar estresarnos innecesariamente?
La clave para reducir el estrés sin motivo radica en adoptar ciertos hábitos que, al integrarlos en nuestra vida diaria, nos ayuden a gestionar las tensiones de manera más efectiva. Mantener una serie de prácticas y técnicas nos permite enfrentar situaciones difíciles con mayor calma y control, evitando así que el estrés afecte nuestra salud y bienestar. Algunas de estas prácticas incluyen:
- Reconocer que hay cosas que no puedo cambiar. Por ejemplo, no puedo cambiar el tráfico que encuentro todos los días camino al trabajo, pero puedo buscar maneras de relajarme en el trayecto (escuchar música, un programa divertido de radio, un podcast).
- Hacer ejercicio: ayuda a generar la liberación de químicos en el cerebro que hacen sentir bien.
- Reemplazar pensamientos negativos con pensamientos más positivos: ayuda hacerse preguntas a las que podamos dar respuesta; normalmente, las preguntas que empiezan «¿por qué?» bloquean y no nos dan respuestas ajustadas a la realidad.
- Hacer algo incompatible con el sentimiento que notes. Si lo que te está produciendo el malestar es un enfado, puedes ver una película cómica, hacer ejercicio, resolver un crucigrama difícil o imaginar sensaciones y emociones positivas. Se trata de reemplazar las emociones que te están estresando por otras de signo opuesto. Esto es muy eficaz porque hay emociones que son incompatibles, como rabia y alegría, enfado y calma, rabia y serenidad, frustración y satisfacción. Así, si generas una, apartas la otra.
- Practicar técnicas de relajación: ayudan a disminuir el ritmo cardíaco y reducir la presión sanguínea
¿Cómo afecta el estrés a las personas mayores?
En el caso de las personas mayores, el estrés puede afectarlas de manera diferente e incluso, más intensamente. Esto se debe a que, a medida que envejecemos, el cuerpo y la mente son más sensibles al impacto del estrés debido a cambios fisiológicos y a una mayor exposición a situaciones de pérdida o cambios de vida significativos. Algunos de los efectos principales del estrés en las personas mayores incluyen:
- Debilitamiento del sistema inmunológico: El estrés crónico puede debilitar el sistema inmune, aumentando el riesgo de infecciones y enfermedades. Las personas mayores ya tienden a tener un sistema inmune más frágil, por lo que el estrés puede hacerlas más vulnerables a problemas de salud como resfriados, infecciones y enfermedades crónicas.
- Problemas cardiovasculares: La tensión y el estrés prolongados elevan la presión arterial y pueden causar arritmias. Estos problemas aumentan el riesgo de enfermedades cardíacas y eventos como infartos y accidentes cerebrovasculares, lo cual es especialmente preocupante en personas mayores.
- Agravamiento de enfermedades crónicas: El estrés puede empeorar condiciones crónicas preexistentes como la artritis, el asma y la diabetes, ya que el cuerpo responde produciendo hormonas que alteran los procesos metabólicos y de inflamación.
- Impacto en la salud mental: Las personas mayores son más propensas a experimentar ansiedad, depresión y sentimientos de soledad, los cuales pueden agravarse con el estrés. En algunos casos, puede afectar la memoria y la función cognitiva, acelerando el deterioro cognitivo.
- Trastornos del sueño: El estrés afecta el sueño, provocando insomnio o sueño interrumpido. La falta de sueño tiene un impacto negativo en la salud en general, aumentando el riesgo de problemas cognitivos, caída en el estado de ánimo y fatiga diurna.
- Problemas digestivos: El estrés puede interferir en el funcionamiento digestivo, causando síntomas como malestar estomacal, estreñimiento o diarrea. Estos efectos pueden ser más molestos en adultos mayores, quienes ya suelen tener sistemas digestivos más sensibles.
- Aumento de la dependencia y pérdida de autonomía: Ante el estrés crónico, algunas personas mayores pueden volverse más dependientes, ya sea emocional o físicamente, perdiendo su sentido de control y autonomía. Esto puede afectar su autoestima y bienestar general.
El manejo del estrés en personas mayores es esencial para preservar su calidad de vida, y esto se puede lograr con prácticas de relajación, ejercicio adecuado, apoyo social, y, en algunos casos, apoyo profesional para mantener tanto la salud física como emocional.
Pilar Rodríguez
Psicóloga Amavir Colmenar