Miguel Ángel Nadador, animador sociocultural de la residencia El Balconcillo (Guadalajara)
Hace tiempo descubrí el auténtico valor de jugar. Fue leyendo un manual de didáctica, referido a los niños. Hasta entonces, no había pensado ciertamente en ello. Tan solo contemplaba el hecho de que los más pequeños jugaran de una forma absolutamente natural. Me parecía instintivo y asumía que si ellos lo hacían era tan solo porque les resultaba divertido.
Sin embargo, la lectura de aquellas páginas me reveló una dimensión nueva y apasionante de la que extraje una idea: los juegos de niños empezaron a resultarme algo mucho más serio e importante de lo que parecían a simple vista.
Y así, poco a poco, fui descubriendo hasta qué punto el juego infantil resulta fundamental en el desarrollo cognitivo de un niño. Aprendí que, a través del juego, el menor ensaya una y otra vez el mundo de los mayores: prueba roles, contempla estrategias, perfila su propia personalidad, adivina e intuye la reacción de aquellos con los que interactúa. Y todo esto lo hace sin asumir los riegos que este tipo de probaturas tendrían en el mundo adulto.
Pero la vida me tenía reservado un descubrimiento apasionante. Unos años después, aprendí que el juego es fundamental en todas las etapas de nuestra existencia. En cierto modo, los procesos que se activan en esos juegos de infancia nos acompañan toda la vida. Podríamos decir que la inmensa mayoría de nuestras interacciones sociales son juegos “serios” o muy “serios”.
Y no solo eso: si la naturaleza ha fiado una importancia tan grande a los juegos de infancia, por qué descartar un recurso tan útil que parece inscrito a fuego en nuestros genes.
Por todo ello, he concluido que es absolutamente pertinente derribar el mito de que los mayores no jugamos. No se trata tan solo de reconocer la pertinencia del juego en todas las edades sino de apostar decididamente por ello como una herramienta terapéutica de primer orden. Jugamos para ser humanos, jugamos para mejorar nuestra condición humana.
Pero ¿qué se necesita para jugar en condiciones? Dos cosas: tiempo e iguales, otros humanos que a su vez tengan tiempo y un universo cultural y cognitivo semejante que haga viable el juego.
Y ¿qué tenemos en un centro de mayores como el nuestro? Es fundamental que nuestro centro se convierta en testimonio vivo de la importancia y utilidad del juego. Hay que desterrar la idea de que los adultos no jugamos y que si lo hacemos es porque padecemos cierta regresión lesiva hacia estadios infantiles de la vida. Un adulto sano juega y un adulto que no está sano, juega para estarlo.
Este artículo podría haber empezado así: “Dentro del programa de animación sociocultural en geriatría y gerontología, las sesiones de juego para personas mayores tienen una finalidad primordial y muy completa. Se trata de combinar ejercicio físico, estimulación cognitiva, cuidado de la salud mental, diversión y relaciones sociales satisfactorias. Todo ello aporta una gran calidad de vida en la vejez y convierte a los juegos para adultos mayores en una actividad terapéutica irremplazable”. Pero esto podéis leerlo en infinidad de manuales y páginas web.
He preferido narraros mi propia evolución personal en torno al concepto del juego: cómo abrí los ojos a una realidad nueva, cómo pasé de considerarme demasiado mayor para jugar a recordarme cada día que tengo que encontrar más tiempo para el juego. E intentar además que esta actitud vital me acompañe a mí, y a los que importan, toda la vida.